El conflicto entre Israel e Irán escaló rápidamente. Los intercambios de misiles, la intervención indirecta de Estados Unidos y el temor global por la estabilidad energética de Medio Oriente transformaron lo que parecía un episodio regional en una pulseada de alcance mundial. En ese escenario, la posición internacional de los países y sus relaciones comerciales con los protagonistas del conflicto adquieren un peso clave. La Argentina, con vínculos activos con ambos países, quedó expuesta a una reconfiguración de rutas, mercados y alianzas. Con misiles en el aire y barcos cambiando de rumbo, entender cómo están compuestas esas relaciones permite anticipar impactos directos sobre la economía nacional.
Desde la dimensión comercial, los datos más recientes muestran una diferencia relevante. En abril de 2025, la Argentina exportó USD 39,5 millones a Israel, con un crecimiento interanual del 35,9 %. En ese mismo mes, los envíos a Irán se desplomaron hasta USD 10,1 millones, un retroceso del 82,5 % respecto al año anterior. La caída no es solo estadística: refleja la interrupción de operaciones reales. Mientras los contenedores argentinos con destino a Israel siguen su curso sin restricciones, los embarques dirigidos a puertos iraníes fueron cancelados, redirigidos o suspendidos por completo. Por ejemplo, en Ashdod, el maíz bonaerense alimenta la industria avícola y el aceite de soja patagónico se utiliza en la cosmética natural; en Irán, en cambio, se suspendieron los envíos de trigo, peras y aceite de girasol, como consecuencia del deterioro logístico y financiero que afecta las operaciones con ese país.
En materia de acuerdos estratégicos, la relación con Israel se apoyó en bases jurídicas firmes. El tratado de libre comercio entre el Mercosur e Israel, firmado en 2007 y en vigor desde 2010, fue reforzado con un nuevo acuerdo administrativo oficializado el 12 de junio de 2025. Publicado en el Boletín Oficial, el convenio garantiza arancel cero para gran parte de los productos exportados desde Argentina, incluyendo alimentos, insumos tecnológicos y maquinaria agrícola. A pesar del conflicto militar, las exportaciones argentinas a Israel no se vieron interrumpidas. Según datos del Observatorio de Complejidad Económica (OEC), entre abril de 2024 y abril de 2025 las ventas al país hebreo mostraron una dinámica positiva, manteniéndose firmes en plena escalada bélica. Los corredores logísticos continuaron operativos y el comercio bilateral resistió el contexto regional, lo que confirma que, al menos hasta el momento, la guerra no alteró el flujo de bienes entre ambos países.
Desde la perspectiva de Irán, el desplome del 82,5 % en las exportaciones argentinas tiene una explicación inmediata. Las empresas dejaron de operar con bancos iraníes por falta de garantías, y las compañías navieras suspendieron rutas que cruzaban el Estrecho de Ormuz. La zona, considerada uno de los puntos más sensibles del comercio mundial, fue señalada por distintas agencias internacionales como no navegable por razones de seguridad. Esa vía concentra cerca del 20 % del petróleo que se transporta por mar. El temor a represalias o bloqueos alteró el flujo habitual de embarques, que ahora deben rodear toda la costa sur de Arabia Saudita y Omán, sumando días de navegación y fuertes sobrecostos.
En términos energéticos, el impacto fue inmediato. Desde el 13 de junio, el precio del barril Brent subió un 10 %, y ya se ubica por encima de los USD 80. Según Goldman Sachs, la prima de riesgo en el petróleo Brent podría agregar cerca de USD 10 al precio actual, llevándolo por encima de USD 90 en caso de un conflicto prolongado. Barclays y JPMorgan estiman que el barril podría alcanzar entre USD 100 y USD 130 si el Estrecho de Ormuz queda bloqueado. Se trata de un nivel que arrastra consecuencias globales. Los mayores compradores del petróleo que cruza esa vía son China, India, Corea del Sur y Japón, mientras que entre los exportadores se encuentran Arabia Saudita, Irak, Emiratos Árabes Unidos e Irán. Cualquier interrupción en ese punto del mapa desestabiliza el mercado energético mundial y genera una cadena de aumentos en fletes, combustibles y seguros.
En el plano logístico, la situación también repercute en Argentina. La prima de riesgo para embarques de granos hacia Asia se habría triplicado en junio, según estimaciones de operadores del sector. El encarecimiento del seguro, junto al aumento en los costos de flete, comprime los márgenes de ganancia y pone en duda la rentabilidad de ciertos destinos. Varias compañías navieras comenzaron a rediseñar rutas, evitando las zonas de mayor tensión, lo que extiende los tiempos de entrega y afecta directamente a los exportadores agroindustriales del país.
Pero no todo es negativo. Desde la óptica energética local, el alza del petróleo puede beneficiar a la Argentina a través de Vaca Muerta. La cuenca neuquina incrementó su producción en más del 26 % interanual y ya supera los 447.000 barriles por día. Según estimaciones de Rystad Energy, si se mantiene el precio internacional del crudo en niveles altos, las exportaciones de hidrocarburos podrían generar un superávit energético de hasta USD 8.000 millones para fin de año. Ese ingreso adicional de divisas tendría un efecto positivo directo sobre las reservas del Banco Central y sobre el balance comercial del país.
Incluso desde el punto de vista de los agronegocios, el panorama no es del todo adverso. Si bien el gasoil y los fertilizantes aumentan por efecto del encarecimiento internacional, los precios de los granos suelen acompañar esa tendencia. Esto permite compensar en parte los costos logísticos y mantener márgenes estables para productores y exportadores. Claro que el riesgo sigue latente: un conflicto prolongado podría generar disrupciones en la cadena global de suministros y derivar en una importación del alza del nivel de precios relativos, con impacto sobre la competitividad externa y el costo de vida interno.
En la dimensión diplomática, la Argentina reaccionó rápido. El gobierno evacuó su embajada en Teherán y condenó públicamente los ataques de Irán contra Israel. La postura del Presidente y de la Cancillería fue clara: respaldo a Israel como país agredido y defensa de su derecho a proteger su soberanía. La velocidad de esa definición tuvo un antecedente simbólico: días antes del estallido del conflicto, el presidente Javier Milei había pronunciado un discurso ante el parlamento israelí, donde recibió elogios no solo del oficialismo, sino también del líder opositor Yair Lapid. Ese gesto, que en su momento fue leído como un posicionamiento ideológico, hoy tiene efectos concretos en el plano estratégico.
De cara al desenlace, los analistas internacionales coinciden en que una victoria de Israel es el escenario más probable. Si eso ocurre, la Argentina quedará entre los países que reaccionaron más rápido y con mayor claridad. Esa alineación temprana puede traducirse en beneficios reales: acceso preferencial a nuevos mercados, cooperación en sectores clave como tecnología, defensa, energía o agricultura, e incluso inversiones directas en áreas sensibles. En un mundo que redefine alianzas a velocidad de crisis, haber elegido un lado sin posiciones neutrales podría convertirse en uno de los mayores activos de la política exterior argentina en los próximos años.
Por Ramiro Cura, licenciado en Relaciones Internacionales.