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Cuando los espías salen a escena. La diplomacia de inteligencia en la guerra de Ucrania

En la antesala de la invasión rusa de 2022, EE.UU. y Reino Unido hicieron algo sin precedentes en la historia moderna: usaron inteligencia como herramienta abierta de diplomacia y disuasión. Filtraron datos, expusieron planes, anticiparon operaciones psicológicas y desarmaron la narrativa rusa antes de que la guerra comenzara. Este artículo reconstruye cómo nació esta “diplomacia de inteligencia”, por qué funcionó en el plano internacional, dónde falló y por qué inaugura un nuevo modo occidental de gestionar crisis en el siglo XXI. Por Max L. Van Hauvart Duart.

Publicado el 16 de diciembre de 2025 por Radar Austral
Cuando los espías salen a escena. La diplomacia de inteligencia en la guerra de Ucrania

La inteligencia ya no se limita a informar silenciosamente a los decisores; ahora también busca modelar el entorno estratégico público.

David Omand, How Spies Think (2020)

El nacimiento de la diplomacia de inteligencia

Durante gran parte del siglo XX, la inteligencia fue concebida como una actividad esencialmente silenciosa. Su función principal consistía en reducir la incertidumbre de los decisores políticos y militares, permaneciendo deliberadamente fuera del espacio público. Incluso en los momentos de mayor tensión internacional (la crisis de los misiles de Cuba, la Guerra Fría europea o las guerras árabe-israelíes) la inteligencia rara vez se exponía de manera directa ante la opinión pública global. La guerra de Ucrania marcó una ruptura profunda con ese paradigma.

Entre octubre de 2021 y febrero de 2022, Estados Unidos y el Reino Unido utilizaron inteligencia clasificada de manera abierta, preventiva y estratégica para influir en el comportamiento de actores estatales, aliados y adversarios. Imágenes satelitales, evaluaciones de SIGINT, advertencias sobre operaciones de bandera falsa y análisis de intenciones rusas fueron desclasificados y difundidos a través de canales diplomáticos y mediáticos. No se trató de una filtración descontrolada, sino de una estrategia coherente de statecraft basada en inteligencia.

Este uso público de la inteligencia persiguió varios objetivos simultáneos como disuadir a Moscú mediante exposición anticipada, alinear a aliados europeos escépticos, neutralizar campañas de desinformación rusas antes de que se desplegaran y ganar la batalla narrativa antes del inicio formal del conflicto. Como advierte Sir David Omand, ex director del GCHQ, la inteligencia contemporánea ya no opera únicamente en el plano secreto, sino que se ha convertido en un instrumento activo de la política exterior cuando los Estados consideran que el silencio estratégico es más costoso que la revelación controlada.

La pregunta central que atraviesa esta nota es clara: ¿Estamos frente al nacimiento de una nueva forma de diplomacia basada en la inteligencia, y qué implicancias tiene para los conflictos futuros?

La línea temporal de la inteligencia revelada (octubre 2021 – febrero 2022)

A comienzos de octubre de 2021, agencias de inteligencia estadounidenses comenzaron a detectar movimientos inusuales de tropas rusas cerca de la frontera ucraniana. A diferencia de crisis anteriores, estas evaluaciones no quedaron restringidas a circuitos cerrados. El Director de Inteligencia Nacional y la CIA compartieron informes preliminares con aliados europeos, alertando sobre una posible operación a gran escala. Poco después, medios como The Washington Post y The New York Times publicaron artículos citando fuentes de inteligencia anónimas que hablaban de una concentración militar “incompatible con ejercicios rutinarios”. Este fue el primer indicio de un cambio doctrinario: la inteligencia comenzaba a salir del ámbito clasificado para instalarse en el debate público internacional.

Durante noviembre y diciembre, la estrategia se intensificó. Estados Unidos y Reino Unido comenzaron a difundir detalles cada vez más específicos como el despliegue de hospitales de campaña, la acumulación logística, las rutas probables de avance y los cronogramas tentativos. El objetivo no era informar a Ucrania, que ya estaba al tanto, sino convencer a Europa. Alemania y Francia mostraban reticencias a creer que Moscú avanzaría hacia una invasión total. La inteligencia pública funcionó entonces como herramienta de alineamiento intraoccidental. Este proceso ilustra un aspecto central de la diplomacia de inteligencia: la revelación no apunta solo al adversario, sino también a los aliados.

El comienzo de 2022, en el mes de enero, marcó un punto de inflexión. Por primera vez, funcionarios estadounidenses acusaron públicamente a Rusia de planear operaciones de falsa bandera para justificar una invasión. El Departamento de Estado presentó evaluaciones de inteligencia indicando que Moscú planeaba fabricar incidentes para culpar a Kiev. Paralelamente, el gobierno británico publicó información sobre posibles figuras ucranianas que Rusia intentaría instalar como líderes títeres.

Este uso explícito de inteligencia buscó prebunkear (neutralizar antes de que aparecieran) las narrativas rusas, un concepto desarrollado por el Centre for European Policy Analysis (CEPA). En las semanas previas al 24 de febrero de 2022, Washington llegó incluso a sugerir fechas probables de invasión. Esta decisión implicó riesgos enormes para la credibilidad occidental: si la invasión no ocurría, el golpe reputacional habría sido severo. Cuando finalmente Rusia cruzó la frontera, la inteligencia occidental quedó confirmada ante los ojos del mundo. Por primera vez, la inteligencia había anticipado públicamente una guerra sin equivocarse.

El caso ucraniano representa una ruptura histórica: la inteligencia dejó de ser únicamente un insumo secreto y pasó a ser un instrumento activo de diplomacia, disuasión y construcción de legitimidad internacional.

¿Por qué decidieron hacerlo? La lógica estratégica detrás de la desclasificación calibrada

La decisión de hacer pública inteligencia sensible no fue improvisada. Respondió a una lógica estratégica multidimensional que combinó disuasión, alineamiento aliado, guerra cognitiva y señalización de capacidades. En términos de statecraft, Washington y Londres evaluaron que el costo del silencio superaba al riesgo de revelar. Rusia había perfeccionado, desde Georgia (2008) y Crimea (2014), una estrategia de negación plausible: ejercicios “defensivos”, movimientos “rutinarios” y desinformación previa a hechos consumados. La revelación anticipada buscó romper el ciclo de sorpresa y desarmar la maskirovka antes de que operara.

Al exponer concentraciones logísticas (hospitales de campaña, depósitos de sangre, rutas), Occidente presentó indicadores de intención, no solo de capacidad. Esto debilitó la negación rusa en foros multilaterales y ante audiencias no alineadas. La inteligencia pública tuvo un destinatario interno: Europa. Alemania y Francia dudaban de una invasión total. La exposición gradual con corroboración mediática aceleró consensos, habilitó sanciones preventivas y preparó a la OTAN. El prebunking (anticipar y neutralizar narrativas falsas antes de su despliegue) fue central. Al denunciar posibles false flags, Occidente redujo la eficacia de la propaganda rusa y ganó tiempo cognitivo. Revelar con precisión “lo suficiente” comunicó capacidades SIGINT/IMINT sin exponer completamente fuentes y métodos. Fue una disuasión por transparencia selectiva: mostrar alcance, no el manual.

El riesgo calculado y qué se sacrifica cuando la inteligencia se hace pública

La estrategia implicó costos reales. La clave fue aceptar riesgos controlados para obtener ganancias estratégicas mayores. Cada revelación reduce la vida útil de accesos SIGINT/IMINT. Rusia podía adaptar comunicaciones, mover activos o elevar disciplina operativa como la mitigación: revelaciones escalonadas, uso de indicadores agregados y sincronización entre aliados.

La credibilidad estaba en juego. Si la invasión no ocurría, el daño reputacional habría sido severo. La administración Biden apostó a la consistencia interagencial y a la corroboración multifuente. La exposición pública tensó a aliados que preferían canales discretos. Hubo fricción, pero el alineamiento posterior sugiere que el beneficio superó el costo. Avisar puede permitir al adversario ajustar tiempos. La apuesta fue que el costo cognitivo y político impuesto a Moscú superaría cualquier ventaja táctica.

La desclasificación calibrada no fue transparencia ingenua: fue diplomacia de inteligencia. Al priorizar alineamiento, prebunking y señalización, EE.UU. y Reino Unido aceptaron riesgos medidos para moldear el entorno estratégico antes del primer disparo.

La reacción rusa entre negación, desinformación y el fracaso de la maskirovka

La respuesta inicial de Rusia a la diplomacia de inteligencia occidental fue coherente con su tradición estratégica: negación frontal, ridiculización del adversario y contranarrativa diplomática. Desde octubre de 2021 hasta el inicio de la invasión, Moscú insistió públicamente en que los movimientos de tropas correspondían a ejercicios rutinarios dentro de su propio territorio y que las advertencias occidentales respondían a una “histeria artificial” destinada a justificar la expansión de la OTAN. El Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, a través de Sergei Lavrov, y el Kremlin, mediante Dmitri Peskov, repitieron de manera sistemática que no existía ninguna intención de invadir Ucrania y que Estados Unidos estaba fabricando un clima de pánico internacional.

Sin embargo, a diferencia de crisis anteriores, esta estrategia comenzó a mostrar grietas rápidamente. La publicación constante de inteligencia occidental redujo el margen de maniobra de la maskirovka rusa. En conflictos previos, como Crimea en 2014, la ambigüedad informativa había permitido a Moscú operar en un espacio de incertidumbre estratégica; en 2022, ese espacio fue progresivamente erosionado. Cada negación rusa quedaba confrontada, casi en tiempo real, con nueva información que reforzaba la credibilidad occidental ante la opinión pública internacional.

La diplomacia rusa intentó entonces trasladar la disputa al terreno multilateral. En el Consejo de Seguridad de la ONU, representantes rusos acusaron a Estados Unidos de utilizar inteligencia como instrumento de provocación y de preparar el terreno para sanciones injustificadas. Sin embargo, estas intervenciones tuvieron un efecto limitado: por primera vez, la narrativa rusa no llegó primero, ni logró instalar dudas significativas fuera de su círculo de aliados tradicionales. Como señaló The Economist, la guerra de Ucrania fue “la primera guerra importante cuya fase inicial fue anticipada públicamente con precisión”, un hecho que debilitó estructuralmente la capacidad rusa de presentarse como actor reactivo o víctima de provocaciones externas.

El fracaso de la maskirovka no impidió la invasión, pero sí alteró su contexto estratégico. Rusia inició la guerra sin el beneficio de la sorpresa política y con una legitimidad internacional profundamente erosionada desde el primer día. Desde una perspectiva de inteligencia, este resultado es clave: aunque la diplomacia de inteligencia no disuadió la acción militar, sí condicionó severamente el entorno en el que esa acción se desarrolló.

Impacto en aliados y en el sistema internacional

El efecto más inmediato y tangible de la diplomacia de inteligencia se observó en el campo aliado. La revelación sistemática de información sensible aceleró un proceso de alineamiento que, de otro modo, habría sido más lento y fragmentado. Alemania, tradicionalmente reticente a adoptar posturas confrontativas frente a Moscú, modificó su política energética y suspendió la certificación de Nord Stream 2 pocos días después del inicio de la invasión. Francia, que hasta último momento había apostado por una solución diplomática directa con el Kremlin, se alineó rápidamente con el consenso transatlántico. En términos prácticos, la inteligencia pública redujo el espacio para la ambigüedad política en Europa.

Para Ucrania, el impacto fue igualmente significativo, aunque más sutil. La anticipación pública de la invasión permitió a Kiev ganar tiempo crítico para ajustar su postura defensiva, redistribuir fuerzas y preparar infraestructura clave. Si bien el gobierno ucraniano fue cauteloso en sus declaraciones públicas, diversos análisis posteriores coinciden en que la ventana temporal creada por la inteligencia occidental contribuyó a la resiliencia inicial del Estado ucraniano frente al ataque ruso.

A nivel sistémico, el caso ucraniano introdujo un precedente de gran alcance. La inteligencia dejó de ser únicamente un insumo para la toma de decisiones internas y se consolidó como herramienta activa de diplomacia pública y gestión de crisis. Este precedente ya es observado con atención en otros escenarios de alta tensión, como Taiwán, la península coreana o el Mar de China Meridional. En todos ellos, la posibilidad de utilizar inteligencia desclasificada para moldear percepciones internacionales antes del estallido de un conflicto se ha convertido en una opción estratégica real.

No obstante, este impacto positivo tiene límites claros. La diplomacia de inteligencia fue altamente eficaz para consolidar el bloque occidental, pero mucho menos para influir en actores no alineados. Países como India, Brasil o Sudáfrica mantuvieron posturas ambiguas, demostrando que la revelación de inteligencia no es igualmente persuasiva en todos los contextos culturales y geopolíticos. Este punto subraya una lección clave: la inteligencia pública funciona mejor dentro de comunidades estratégicas compartidas que en audiencias globales heterogéneas.

¿Funcionó? Evaluación crítica del éxito y de sus límites

La diplomacia de inteligencia aplicada por Estados Unidos y el Reino Unido en la antesala de la invasión rusa de Ucrania funcionó en varios planos clave, aunque no en todos. Su mayor éxito fue político y cognitivo: Occidente llegó a la guerra con una narrativa consolidada y con un alto grado de cohesión interna. La invasión no tomó por sorpresa a aliados ni a la opinión pública internacional, lo que facilitó una respuesta rápida en términos de sanciones, asistencia militar y aislamiento diplomático de Moscú.

Desde el punto de vista informativo, la estrategia logró algo inusual: invertir la carga de la prueba. En lugar de que Occidente debiera demostrar la agresión rusa a posteriori, fue Rusia la que quedó forzada a desmentir una inteligencia que se confirmaba con los hechos. Esto debilitó su posición en foros multilaterales y redujo la eficacia de su propaganda inicial. Sin embargo, el enfoque tuvo límites evidentes. No logró disuadir la decisión política del Kremlin de invadir Ucrania. Tampoco consiguió modificar sustancialmente la postura de actores clave del Sur Global, que mantuvieron posiciones ambiguas o pragmáticas.

En ese sentido, la diplomacia de inteligencia demostró ser una herramienta poderosa para gestionar alianzas y legitimidad, pero insuficiente como mecanismo de disuasión dura frente a un adversario decidido. El balance general sugiere que la inteligencia pública no reemplaza a la disuasión militar, pero sí puede preparar el terreno estratégico en el que esa disuasión se ejerce (Omand, David, How Spies Think).

Hacia una teoría de la “diplomacia de inteligencia”

El caso ucraniano permite esbozar una conceptualización preliminar de la diplomacia de inteligencia como instrumento del poder estatal contemporáneo. A diferencia de la diplomacia pública tradicional, este enfoque utiliza información derivada de capacidades de inteligencia para moldear percepciones, anticipar narrativas adversarias y reducir la incertidumbre estratégica de aliados. En este contexto, hay tres elementos centrales. El primero es la desclasificación selectiva: no se revela todo, sino lo necesario para sostener credibilidad sin comprometer fuentes críticas. El segundo es la sincronización interagencial: inteligencia, diplomacia y comunicación estratégica actúan de forma coordinada. Y tercero y último es la temporalidad preventiva: la inteligencia se utiliza antes del estallido del conflicto, no como explicación posterior.

Este marco plantea interrogantes relevantes para el futuro. ¿Puede esta estrategia aplicarse de forma rutinaria sin perder efectividad por saturación informativa? ¿Podría ser utilizada por potencias autoritarias con menor transparencia institucional? ¿Hasta qué punto la exposición pública de inteligencia altera las normas históricas del secreto y la confianza entre aliados? Lo que parece claro es que Ucrania 2022 marca un punto de inflexión. La inteligencia ya no opera exclusivamente en las sombras: en determinadas circunstancias, se convierte en lenguaje explícito de la política internacional.

Inteligencia, poder y transparencia en la guerra del siglo XXI

La guerra de Ucrania inauguró una práctica que probablemente tendrá continuidad: el uso deliberado de inteligencia como herramienta diplomática abierta. Estados Unidos y el Reino Unido apostaron por una estrategia de transparencia selectiva para anticipar el conflicto, alinear aliados y desarmar la narrativa del adversario. Aunque no lograron evitar la guerra, sí condicionaron profundamente su marco político, informativo y moral desde el primer día.

Este caso obliga a repensar supuestos clásicos sobre el secreto, la disuasión y la comunicación estratégica. En un entorno saturado de información, redes sociales y OSINT, guardar silencio puede ser más riesgoso que hablar. La diplomacia de inteligencia emerge así como un instrumento híbrido, situado entre la inteligencia tradicional, la diplomacia pública y la guerra cognitiva.

Para analistas, decisores y estudiosos de la inteligencia, la lección es clara: el poder en el siglo XXI no reside solo en la capacidad de saber, sino en cuándo, cómo y para quién se decide revelar lo que se sabe. Ucrania no fue solo una guerra convencional en Europa; fue también el laboratorio donde se ensayó una nueva gramática del poder estratégico.

Por Max L. Van Hauvart Duart.

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