“El próximo conflicto no comenzará con un disparo, sino con un silencio en el océano.” Almirante James Stavridis, excomandante supremo aliado de la OTAN
La tensión invisible que rodea a Taiwán
En las últimas semanas, Japón, Corea del Sur y Taiwán han reportado un aumento significativo de incursiones chinas en zonas de exclusión aérea y marítima, acompañado por el despliegue de submarinos avanzados, drones subacuáticos y plataformas SIGINT (inteligencia de señales) capaces de monitorear comunicaciones, rutas comerciales y cables submarinos.
El Ministerio de Defensa de Japón informó a mediados de 2023 la detección de un submarino no identificado, casi con certeza chino, navegando sumergido cerca de la prefectura de Okinawa, cruzando la línea que delimita sus aguas territoriales.
Simultáneamente, Corea del Sur elevó la alerta tras múltiples incursiones aéreas chinas y rusas en su ADIZ (Zona de Identificación de Defensa Aérea) mientras que Taiwán detectó, por su parte, drones submarinos y plataformas de vigilancia oceánica cerca de Kaohsiung y Hualien.
Aunque los incidentes parecen aislados, forman parte de un patrón constante y creciente de operaciones de inteligencia, reconocimiento y presión estratégica en zonas donde la distinción entre paz y conflicto se vuelve difusa. En el núcleo de esta tensión se encuentran las ADIZ y ZEE superpuestas: zonas donde los Estados intentan imponer control, pero sin que exista una base jurídica sólida y donde cada incursión puede generar un error de cálculo con consecuencias imprevisibles.
La tesis de esta nota es que la verdadera competencia por Taiwán se libra en las zonas de exclusión a través de submarinos, sensores y operaciones subacuáticas encubiertas que buscan “dominar la información” sin desatar una guerra abierta. Estamos frente a una guerra gris, silenciosa, técnica y profundamente peligrosa.
Qué es una Zona de Exclusión y por qué importa militarmente
Una ADIZ no es soberanía aérea como tampoco es un territorio nacional. Es una zona donde un Estado exige identificación previa a aeronaves que se aproximen a su espacio aéreo. Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Taiwán crearon ADIZ durante la Guerra Fría. China, en cambio, declaró su propia ADIZ en el Mar de China Oriental en 2013, abarcando territorios disputados con Japón.
La ADIZ china fue rechazada por Japón y Estados Unidos, pero desde entonces Beijing la ha usado como plataforma para operaciones diarias de control, intimidación y recolección de inteligencia.
Según la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR), una ZEE permite control económico, pesca, explotación de recursos e investigación científica. Pero no otorga soberanía militar. Y esto es crucial: China reclama derechos militares en su ZEE; Japón, Corea del Sur y EE.UU. no reconocen esa interpretación.
El Indo-Pacífico es un rompecabezas donde las ADIZ se superponen, las ZEE se reclaman unilateralmente, hay islas en disputa que generan fronteras militares ambiguas y los submarinos operan sin declarar posición. Es en estas zonas grises donde se están llevando a cabo las operaciones de inteligencia más agresivas del mundo.
El triángulo China–Japón–Corea del Sur: una tensión estructural
La mayor parte del planeta observa sólo los incidentes más visibles (aviones interceptados, flotas públicas, discursos oficiales) pero las interacciones más peligrosas se producen casi diariamente alrededor de las ADIZ superpuestas entre China, Japón, Corea del Sur y Taiwán (actor clave pese a su no reconocimiento por parte de Pekín).
Japón enfrenta el mayor número de incursiones aéreas chinas del mundo. En 2022 y 2023, los cazas japoneses realizaron más de 500 interceptaciones, la mayoría contra aeronaves del Ejército Popular de Liberación (EPL/PLA). El problema no es sólo aéreo. Japón ha denunciado submarinos chinos cerca de Okinawa, drones subacuáticos no identificados en las Islas Sakishima y actividad de inteligencia alrededor del sistema SOSUS japonés, su red de hidrófonos estratégicos.
La ADIZ surcoreana se superpone tanto con la china como con la japonesa. Esto genera incidentes de “doble respuesta”, especialmente cuando China y Rusia realizan patrullas aéreas combinadas. Corea del Sur, aunque históricamente más prudente que Japón, ha comenzado a adoptar una postura más firme ante la presión combinada de China y Rusia.
El autor Dennis J. Blasko, en su artículo titulado China Maritime Report No. 20: The PLA Army Amphibious Force (2022), sostiene que para Pekín, las ADIZ no son meras herramientas defensivas: son instrumentos para proyectar control territorial y para legitimar sus reclamos sobre Taiwán. Cada sobrevuelo, cada submarino desplegado, cada dron que cruza la línea ADIZ japonesa es un mensaje: “este espacio nos pertenece”.
China no oculta su ambición: quiere controlar el aire, el mar y el subsuelo del Indo-Pacífico.
Submarinos y sensores: la guerra invisible en las Zonas de Exclusión
Si el dominio aéreo del Indo-Pacífico es tenso y visible, el dominio subacuático es lo contrario: opaco, silencioso, técnicamente sofisticado y peligrosamente ambiguo. En ningún otro espacio militar se concentra tanta capacidad de inteligencia estratégica como en los submarinos modernos, especialmente en las Zonas de Exclusión donde convergen China, Japón, Corea del Sur y Taiwán. Aquí, bajo la superficie, cada actor busca algo diferente: firmas acústicas, comunicaciones cifradas, rutas de cables submarinos, patrones de patrulla, emisiones electromagnéticas, tráfico marítimo y vulnerabilidades críticas del adversario.

Los submarinos son, por diseño, plataformas de inteligencia antes que armas de combate. Su capacidad para operar sin ser detectados convierte a las Zonas de Exclusión en laboratorios de espionaje marino donde la línea entre vigilancia y provocación se vuelve extremadamente delgada. Los submarinos modernos, especialmente los de ataque nuclear (SSN) y los diésel-eléctricos de nueva generación, están equipados con tres capacidades clave de inteligencia:
- SIGINT – Signals Intelligence: Interceptan señales electrónicas emitidas por radares costeros, sistemas de guía de misiles, comunicaciones militares y enlaces de datos tácticos (como Link-16 o enlaces chinos J-11/J-16).
- ELINT – Electronic Intelligence: Se centra en emisiones no comunicacionales como pings de sonar, modos de radar o firmas de enlaces de navegación.
- COMINT — Communications Intelligence: Intercepta comunicaciones militares navales, terrestres y aéreas. En zonas de exclusión, los submarinos se posicionan para escuchar mensajes de alerta temprana, órdenes de scramble aéreo y patrones de comunicación entre bases aéreas.
Uno de los mejores ejemplos históricos de este tipo de misión fue el programa IVY BELLS durante la Guerra Fría, donde submarinos estadounidenses interceptaban cables soviéticos. Hoy, China intenta replicar este modelo en el Indo-Pacífico.
Los incidentes más conocidos hasta la fecha son los siguientes:
- Okinawa (2023): Un submarino con bandera desconocida —casi con certeza un Tipo 093B nuclear chino— ingresó a las aguas contiguas de Okinawa. Japón desplegó el destructor JS Suzunami y helicópteros P-1 de guerra antisubmarina.
- Ishigaki (2022): Un submarino chino fue detectado navegando al norte de Ishigaki, un punto clave porque está cerca de la ruta naval al Estrecho de Miyako. Es paso obligado para operaciones hacia Taiwán y contiene sensores acústicos japoneses de alta sensibilidad.
En los últimos tres años, Japón, Filipinas, Indonesia y Taiwán han recuperado vehículos submarinos autónomos chinos (AUV) en zonas altamente sensibles. Estos drones sirven para mapear plataformas de cables, registrar topografía submarina, medir corrientes para submarinos, ubicar sensores enemigos y realizar misiones previas a un eventual bloqueo de Taiwán.
- 2021: la Guardia Costera de Japón recuperó un dron submarino chino cerca de Okinawa.
- 2022: Filipinas recuperó otro en las aguas de Palawan.
- 2023: Taiwán detectó uno cerca de Hualien, cerca de bases aéreas críticas.
Japón posee una de las mejores flotas de submarinos diésel-eléctricos del mundo con el Clase Sōryū y el Clase Taigei. Son plataformas extremadamente silenciosas, diseñadas para operar en aguas cercanas y detectar intrusiones. Su misión principal en Zonas de Exclusión es ubicar submarinos chinos,rastrear drones submarinos, proteger cables críticos que conectan Japón, Taiwán y EE.UU., y vigilar las rutas al Estrecho de Miyako.
Corea del Sur, con su clase KSS-III Dosan Ahn Chang-ho, tiene capacidad de misiles balísticos y sistemas de inteligencia avanzada para monitorear la ADIZ superpuesta con China. Por su parte, Estados Unidos posee dos activos clave en esta guerra silenciosa. El más notable es el USS Jimmy Carter (SSN-23), versión modificada del Seawolf con una “Multi-Mission Platform” para operaciones de inteligencia submarina, manipulación de cables, despliegue de minisubmarinos y recolección clandestina de datos.
Las Zonas de Exclusión ofrecen tres ventajas únicas que permiten operar sin entrar en aguas territoriales (ambigüedad jurídica), un submarino no tiene que anunciar su presencia (ambigüedad militar) y es complejo y difícil demostrar intencionalidad (ambigüedad estratégica).
Por eso, para los servicios de inteligencia naval, son el entorno ideal para operaciones arriesgadas pero plausiblemente negables.
El caso Taiwán: el entramado submarino y aéreo alrededor de la isla
Taiwán es, desde hace décadas, el punto donde convergen las principales tensiones del Indo-Pacífico. Sin embargo, la narrativa pública suele enfocarse en los ejercicios aéreos del Ejército Popular de Liberación (EPL), los sobrevuelos de bombarderos H-6 o las incursiones diarias de cazas J-10 y J-16 sobre su ADIZ. Lo que permanece casi invisible para el público, pero no para los servicios de inteligencia de Japón, Corea del Sur y Estados Unidos, es el entramado subacuático que rodea a la isla y que convierte a sus aguas en uno de los espacios más militarizados del mundo, incluso en tiempos de “paz”.
A diferencia de las superficies aéreas, fácilmente monitoreadas, fotografiables, y sujetas a comunicados oficiales, el dominio subacuático opera bajo el principio de la negación plausible. Los submarinos, los drones autónomos (AUV), los sensores pasivos y las plataformas de inteligencia no tienen obligación de declarar posición ni bandera. Esto permite a China, Japón y Estados Unidos realizar operaciones extremadamente sensibles sin reconocer su existencia, mientras construyen un mapa acústico, electromagnético y geodinámico del entorno de Taiwán.
China ha incrementado de manera sostenida el uso de sus submarinos nucleares Tipo 093B (Clase Shang) y Tipo 094 (Clase Jin) en las proximidades de Taiwán. Estos submarinos realizan tres tipos de misiones clave:
- Mapeo acústico del estrecho: Para identificar rutas de inserción y evitar sensores japoneses y estadounidenses.
- Monitoreo de cables submarinos: Taiwán está conectado al mundo por 14 cables submarinos, varios de ellos pasando por zonas fácilmente accesibles desde plataformas subacuáticas chinas. Interferir, cortar o manipular esos cables tendría un impacto inmediato en comunicaciones militares y civiles.
- Seguimiento de redes antisubmarinas japonesas y estadounidenses: Particularmente en el Estrecho de Miyako, ruta obligada para que China proyecte poder hacia el Pacífico occidental.
China opera estos submarinos en patrones que buscan medir la reacción de Taiwán, saturar sus sensores, registrar emisiones electrónicas de bases aéreas clave y probar los límites de la ADIZ taiwanesa. El objetivo final es garantizar que, si estalla un conflicto, China pueda operar submarinos sin detección previa.
Pocos actores tienen tanto interés en controlar el entorno subacuático de Taiwán como Japón. El archipiélago japonés funciona como un “muro” natural que bloquea la salida de la Armada china hacia el Pacífico.
Por este motivo, desde 2010 Japón ha modernizado una red de sensores submarinos equivalente al viejo SOSUS estadounidense, pero adaptada tecnológicamente, instalada en Okinawa, Miyako, Ishigaki y Yonaguni (a solo 110 km de Taiwán). Esta red permite detectar firmas acústicas de submarinos chinos, monitorear drones subacuáticos, registrar actividad anómala cerca de cables y rastrear rutas que podrían usarse en un bloqueo a Taiwán.
Japón también emplea aeronaves antisubmarinas P-1 y P-3C, así como destructores equipados con sistemas avanzados de sonar. Cada vez que China despliega un submarino, Japón realiza una operación combinada aire-mar para clasificarlo, seguirlo y registrar su firma acústica. Esta información es compartida con Estados Unidos y, en una medida creciente, con Taiwán.
Estados Unidos es la potencia que más información tiene sobre el entorno subacuático de Taiwán. Sus submarinos de la Clase Virginia y, especialmente, el USS Jimmy Carter (SSN-23), son plataformas diseñadas para manipular cables submarinos, interceptar comunicaciones, insertar drones autónomos y ejecutar operaciones clandestinas en aguas disputadas.
Aunque Washington nunca reconoce públicamente estas actividades, informes del Congreso confirman el uso del Jimmy Carter en misiones de “special operations and deep-sea intelligence”.
El mayor peligro no es una invasión; es un incidente no controlado, como la colisión entre un submarino chino y uno japonés, el choque entre un dron subacuático y una fragata, la detección de un AUV chino en una zona prohibida, o daños a un cable estratégico atribuidos erróneamente.
¿Cómo una guerra puede empezar bajo el agua?
El Indo-Pacífico vive hoy un escenario donde la guerra no comienza con invasiones visibles, sino con incidentes silenciosos en aguas profundas. La competencia submarina entre China, Japón, Corea del Sur, Taiwán y Estados Unidos ocurre en una zona gris donde la ambigüedad legal y militar convierte cada maniobra en un potencial detonante. En este entorno saturado de sensores, submarinos y vehículos autónomos, una colisión, un malentendido o un daño a infraestructura crítica puede escalar de forma incontrolable.
El dominio subacuático es esencialmente opaco debido a que las intenciones no son visibles, la identificación es incierta, y la atribución es casi imposible sin revelar capacidades de inteligencia. Por eso, los incidentes subacuáticos tienen una cualidad única: pueden escalar sin que los actores dispongan de información verificada para decidir si responder, contener o ignorar.
Uno de los precedentes más claros ocurrió en 2004, cuando un submarino chino navegó cerca del destructor japonés JS Asayuki, violando aguas territoriales japonesas antes de retirarse en silencio. Tokio protestó; Pekín negó responsabilidad; el incidente se cerró diplomáticamente. Pero lo que entonces fue un episodio aislado, hoy sería un punto crítico. La presencia de sensores, drones y sistemas antisubmarinos convierte cualquier evento de este tipo en un riesgo inmediato de escalada.
El riesgo principal no es un ataque deliberado, sino una cadena de incidentes involuntarios o “mal interpretados”:
- Un submarino chino cruza la línea de 12 millas de Japón;
- Japón despliega helicópteros antisubmarinos P-1 y destructores;
- China interpreta la maniobra como hostil;
- Corea del Sur activa alerta en su ADIZ superpuesta;
- Taiwán detecta movimientos adicionales y eleva su nivel de preparación;
- Estados Unidos despliega un SSN en respuesta.
Este tipo de escaladas encadenadas ya ha sido analizado por el U.S. Naval War College y por el Center for Strategic and International Studies (CSIS) como un escenario plausible de conflicto accidental en el Indo-Pacífico.
El caso más extremo es el riesgo a la infraestructura crítica: los cables submarinos. En 2023, dos cables que conectan Taiwán con las islas Matsu fueron cortados. Taiwán evitó culpar a China directamente, pero la investigación interna concluyó que el patrón de daños era inconsistente con un accidente pesquero. Dado que el 99% del tráfico digital taiwanés (incluyendo comunicaciones militares y datos financieros) circula por cables, un ataque encubierto o un “accidente” podría paralizar al país.
En este contexto, la presencia creciente de drones submarinos chinos (AUV) en aguas japonesas, filipinas y taiwanesas no es simplemente exploración científica: es preparación para operaciones de contingencia, como cortar cables, cartografiar sensores o crear rutas silenciosas para submarinos.
La competencia subacuática no solo es peligrosa por la dificultad para atribuir eventos, sino porque opera en un entorno donde los países tienen incentivos cruzados para no revelar sus capacidades reales.
- China no admite que sus submarinos operan en Zonas de Exclusión japonesas o surcoreanas.
- Japón no revela públicamente la ubicación de sus sensores SOSUS.
- Taiwán no reconoce de forma abierta la cooperación subacuática con EE.UU.
- Corea del Sur evita detallar su postura antisubmarina para no irritar a Pekín.
La región se convierte en un tablero donde cada actor oculta información esencial, aumentando el riesgo de interpretaciones erróneas. La guerra gris se basa precisamente en eso: acciones que pueden ser atribuidas, o negadas, o reinterpretadas según convenga, creando un ambiente donde el malentendido tiene la misma fuerza que un ataque real.
En medio de esta tensión, el dominio subacuático sigue siendo el punto más vulnerable, precisamente porque es el más difícil de monitorear públicamente y el más sencillo de manipular estratégicamente. La guerra del Indo-Pacífico podría comenzar no con un misil, sino con un silencio abrupto: el de un cable cortado, un dron desaparecido o un submarino hundido sin explicación clara.
El futuro del Indo-Pacífico se decidirá bajo el agua
La narrativa dominante sobre el Indo-Pacífico suele poner el foco en los sobrevuelos chinos, las incursiones en la ADIZ de Taiwán o las maniobras aéreas combinadas entre China y Rusia. Pero ese enfoque, aunque importante, es apenas la superficie. La verdadera disputa —la que define los equilibrios estratégicos, las capacidades de respuesta y las vulnerabilidades críticas— ocurre bajo el agua, en un dominio donde la inteligencia, el sigilo y la tecnología pesan más que las demostraciones públicas de fuerza.
Las Zonas de Exclusión del Indo-Pacífico no son simplemente áreas de defensa aérea o delimitación económica. Son espacios de competencia multisensorial, donde submarinos, drones autónomos, sensores pasivos, plataformas SIGINT y redes de vigilancia acústica interactúan en un ambiente de tensión constante. Allí se realiza una guerra silenciosa por la información, una guerra donde la ventaja no la obtiene quien controla el espacio aéreo, sino quien domina el entorno subacuático.
La presencia creciente de submarinos chinos cerca de Japón y Taiwán, combinada con la actividad constante de AUVs y plataformas estadounidenses y japonesas, indica que el tablero estratégico ya está configurado. En este contexto, Taiwán aparece no sólo como una isla en disputa, sino como un nodo crítico de infraestructura digital, cables submarinos, rutas militares y redes energéticas. Su valor estratégico se multiplica precisamente porque depende de un entorno subacuático vulnerable, disputado y difícil de defender.
La probabilidad creciente de un conflicto involuntario como una colisión, un cable cortado, un dron interceptado convierte la región en un espacio donde el margen de error se reduce con cada patrullaje y donde la interpretación de los hechos importa tanto como los hechos mismos. En un entorno cargado de sensores pero pobre en transparencia, la guerra gris puede transformarse rápidamente en guerra abierta sin una decisión deliberada.
Por eso, comprender la dimensión subacuática de las Zonas de Exclusión no es un ejercicio técnico: es entender la lógica estratégica del siglo XXI. El Indo-Pacífico se ha convertido en el epicentro de una competencia que prioriza el control de la información por encima del territorio, el silencio por encima del estruendo y la sombra por encima de la visibilidad. La guerra que viene -sea fría, gris o abierta- no se decidirá solo en los cielos sobre Taiwán ni en las islas del Mar de China Meridional.
Se decidirá, sobre todo, en el océano.
Por Max L. Van Hauvart Duart.
