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La Frontera Azul. Militarización del Atlántico Sur y la nueva competencia por el poder marítimo

Mientras la atención mediática global se concentra en Europa y el Indo-Pacífico, la región austral experimenta un proceso de militarización, competencia por recursos y operaciones de inteligencia que reconfiguran su importancia geopolítica. Reino Unido, China, EE.UU. y Argentina juegan una partida estratégica cuya profundidad sólo puede comprenderse a través del mar. Por Max L. Van Hauvart Duart.

Publicado el 10 de diciembre de 2025 por Radar Austral
La Frontera Azul. Militarización del Atlántico Sur y la nueva competencia por el poder marítimo

Quien sea dueño del mar, lo es también de todo lo demás.

 Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, Libro I.

La Frontera Azul como nuevo eje de poder

Durante décadas, el Atlántico Sur fue considerado un espacio periférico en la arquitectura global de poder: alejado de las tensiones del hemisferio norte, con escaso comercio estratégico y reducido peso militar. Sin embargo, esa percepción, heredada del orden posterior a la Guerra Fría, ya no se sostiene.

Hoy, el Atlántico Sur es el corredor logístico y energético que conecta África occidental, Sudamérica, la Antártida, los nuevos cables submarinos y las rutas bioceánicas emergentes. Y es también el escenario de una militarización progresiva, en la que convergen la infraestructura británica de Malvinas, la expansión marítima y satelital de China, el creciente interés de Estados Unidos, la presencia pesquera extranjera masiva, la proyección argentina hacia la Antártida, la disputa por recursos y la vigilancia del espacio electromagnético.

Si la Antártida representa la “última frontera geopolítica”, el Atlántico Sur es la frontera azul, el espacio desde donde las potencias articulan logística, inteligencia, comunicaciones, despliegues navales, control de rutas einfraestructura crítica. Comprender esta dinámica implica analizar a los actores que hoy modelan la región. Y el primero, por historia, presencia militar y capacidades tecnológicas, es Reino Unido.

El Reino Unido como la potencia militar dominante del Atlántico Sur

Reino Unido es el actor extrarregional con mayor infraestructura militar permanente en el Atlántico Sur. A través de Malvinas, Londres mantiene un poder naval, aéreo y tecnológico sin equivalente en el hemisferio sur. Esta presencia no solo responde a intereses defensivos, sino a una estrategia de dominio marítimo alineada con la doctrina naval británica y con su proyección global post-Brexit.

La base de la Royal Air Force en Monte Agradable, inaugurada en 1985 tras la guerra de Malvinas, es la pieza central del dispositivo militar británico en la región. Esta cuenta con una pista de 2600 metros apta para aviones de transporte estratégico, cazas Typhoon FGR4, radares de defensa aérea AN/TPS-77 con cobertura de más de 400 kilómetros, una presencia rotativa de destructores Tipo 45 y fragatas Tipo 23 sumados a los helicopteros Chinook para movilidad táctica.

Vista aérea de la base militar británica en las Islas Malvinas.

Monte Agradable es, de hecho, el mayor nodo militar británico fuera del hemisferio norte, con capacidades que exceden ampliamente la defensa de las islas. En línea, Reino Unido opera un sistema altamente sofisticado de vigilancia del Atlántico Sur que incluye sensores costeros de última generación, radares marítimos conectados al Joint Maritime Operations Centre, capacidad ELINT/SIGINT para monitorear tráfico aéreo y naval, e integración con el GCHQ (Government Communications Headquarters).

Una investigación del Royal United Services Institute (RUSI) en 2020 confirmó el uso de antenas parabólicas en Monte Kent, estaciones satelitales militares y nodos de inteligencia compartidos con socios de Five Eyes. Este entramado convierte a Malvinas en el oído electrónico británico del Atlántico Sur.

Aunque Reino Unido no reconoce públicamente el despliegue regular de submarinos nucleares en el Atlántico Sur, múltiples fuentes abiertas confirman la presencia rotativa de sumergibles de la Clase Astute, la capacidad de misiles Tomahawk, la vigilancia de cables submarinos y la recolección de inteligencia acústica.

La propia Royal Navy, en informes parlamentarios, señala que la “protección de la soberanía británica en territorios de ultramar” requiere capacidad submarina avanzada. Si bien no hay confirmación de que los SSN (submarino de propulsión nuclear) operen desde Malvinas, sí se sabe que patrullan el área como parte del South Atlantic Tasking. Reino Unido opera una de las redes satelitales militares más modernas del mundo: Skynet 5(y pronto Skynet 6). Las islas Malvinas forman parte de su arquitectura de comunicaciones global.

Esto implica enlaces satelitales seguros para operaciones navales, capacidad de retransmisión para inteligencia electrónica, monitoreo de flota ilegal y tráfico marítimo, y comunicación en tiempo real con submarinos y aeronaves. En términos prácticos, esto significa que Londres puede monitorear el Atlántico Sur de forma integral, incluso durante tormentas o condiciones adversas.

Malvinas cumple tres funciones estratégicas para el Reino Unido:

  1. Nodo militar de proyección: permite responder rápidamente a crisis en el Atlántico Sur, la Antártida, el África austral y el paso bioceánico.
  2. Centro de inteligencia: integra sensores, satélites, radares y submarinos.
  3. Estación logística polar: funciona como punto de apoyo para las patrullas en aguas australes, las misiones científicas británicas y la cooperación con BAS (British Antarctic Survey).

Reino Unido opera el sistema militar más avanzado del hemisferio sur. Su presencia en Malvinas no es residual: es parte de una doctrina marítima global, una arquitectura de poder que permite controlar rutas, vigilar movimientos y asegurar posiciones en la Antártida y el Atlántico Sur. Esta infraestructura es la primera pieza clave para entender la militarización progresiva de la Frontera Azul.

China y la expansión estratégica hacia el Atlántico Sur

La presencia china en el Atlántico Sur no es accidental ni estrictamente económica. Responde a una doctrina geopolítica más amplia: controlar rutas marítimas, asegurar recursos estratégicos y expandir su capacidad logística para operar en el hemisferio sur, incluida la Antártida.

Aunque China no posee bases militares declaradas en la región, combina instrumentos civiles, comerciales y tecnológicos que funcionan como multiplicadores de poder, como una flota pesquera de aguas distantes, una infraestructura portuaria, estaciones satelitales y de espacio profundo, convenios científicos con cláusulas de uso dual, financiamiento de proyectos logísticos en países ribereños y creciente presencia en foros antárticos.

El objetivo es claro: construir una huella estratégica sin confrontación directa, usando herramientas que no violan el derecho internacional, pero que alteran el equilibrio de poder en el Atlántico Sur. En este marco, China posee la mayor flota pesquera de aguas distantes del mundo, con más de 3.000 buques operativos, muchos de ellos subsidiados directamente por el Estado.

Su presencia masiva en el límite de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de la Argentina (el llamado Agujero Azul) no es solo un fenómeno pesquero sino que ejerce presión marítima, prueba los tiempos de respuesta argentina, recolecta inteligencia sobre vigilancia costera y opera como plataforma logística para entrada a aguas internacionales cercanas a Antártida. Múltiples informes del U.S.-China Economic and Security Review Commission describen a la flota china como una “herramienta para expandir influencia estatal bajo cobertura comercial”. La flota pesquera china es, en la práctica, la punta de lanza del poder chino en el Atlántico Sur.

China ha construido o financiado infraestructura portuaria en Montevideo (Uruguay), Río Grande (Brasil), en zonas de Patagonia para proyectos pesqueros y energéticos, y puertos clave de su flota en el Atlántico Sur. Incluso cuando estos proyectos no avanzan, evidencian el interés estratégico chino en puertos del Cono Sur, con tres objetivos como asegurar reabastecimiento, construir presencia logística y facilitar acceso a rutas hacia Antártida. Esto genera preocupación tanto en Washington como en Londres.

Inaugurada en 2017, la Estación de Espacio Profundo CLTC–CONAE en Bajada del Agrio (Neuquén) es operada por la Agencia China de Lanzamiento y Control Satelital (CLTC), una rama del Ejército Popular de Liberación. Aunque el convenio establece fines científicos, el uso dual es evidente en las antenas de 35 metros, las capacidades de telemetría, la potencia para seguimiento de misiones espaciales profundas, las comunicaciones de banda X y K, y la infraestructura de ciberseguridad vinculada a operadores chinos.

Un informe del Congressional Research Service (CRS) clasificó esta estación como una instalación con “potencial de apoyo a misiones espaciales y militares chinas en el hemisferio sur”. China ahora posee en Argentina un nodo estratégico con capacidad de observación, comunicaciones y telemetría que complementa su arquitectura espacial global. En la Antártida, China opera actualmente la Gran Muralla (1985), Zhongshan (1989), Kunlun (2009), Taishan (2014) y está construyendo una quinta base en el mar de Ross. El CSIS identifica estas bases como infraestructura con uso dual científico-militar, especialmente Kunlun, equipada con interferometría láser, observación astronómica y equipos de radiofrecuencia capaces de monitorear satélites.

Pekín ve al continente blanco como una plataforma para poder proyectar influencia científica, consolidar reclamos futuros si el Tratado se revisa, lograr observar el hemisferio sur desde una posición privilegiada y poder apoyar su expansión en las rutas bioceánicas. La presencia china en el Atlántico Sur no puede analizarse sin su estrategia antártica. Informes recientes de think-tanks estadounidenses alertan sobre visitas frecuentes de delegaciones chinas a la región, exploración de posibles inversiones en logística y energía, interés en infraestructura cercana a Ushuaia y conversaciones informales sobre proyectos portuarios.

China evalúa Tierra del Fuego como un punto logístico hacia Antártida, un nodo estratégico para su proyección en el hemisferio sur, una posible acceso a cables submarinos y, sin lugar a dudas, una puerta a rutas bioceánicas Atlántico–Pacífico. Para Estados Unidos, este interés es una línea roja estratégica. China participa activamente en foros como CCAMLR, SCAR, y las reuniones consultivas del Tratado Antártico. Allí busca flexibilizar reglas de pesca,ampliar zonas de explotación, instalar normativas tecnológicas propias y legitimar su presencia creciente. Esta estrategia combina diplomacia científica con proyección estratégica, una marca del enfoque chino desde principios del siglo XXI.

Por su parte, Estados Unidos ha expresado reiteradamente su preocupación por la estación espacial de Neuquén, inversiones portuarias en Uruguay y Argentina, la flota pesquera china en el Atlántico Sur, y la cooperación de China con programas antárticos.

Estación de Espacio Lejano en Neuquén.

El Southcom incluyó al Atlántico Sur en su informe anual (2022–2023), señalando la necesidad de “contrarrestar la presencia de actores estatales no alineados que amenazan infraestructura crítica”. Reino Unido, por su parte, observa la presencia china como un riesgo para su control sobre rutas australes, su presencia en Malvinas y su logística hacia Antártida.

La competencia ya no es teórica: está en marcha. China combina economía, logística, ciencia e inteligencia para construir una arquitectura estratégica en el Atlántico Sur. No necesita bases militares para proyectar poder: lo hace a través de infraestructura civil de uso dual, flotas masivas, estaciones espaciales y acuerdos científicos. Su presencia reconfigura la Frontera Azul y obliga a Argentina, y a las potencias occidentales, a repensar su estrategia marítima, logística y polar. El próximo actor clave es Estados Unidos, cuya postura condicionará el equilibrio regional.

Estados Unidos y el interés creciente en el Atlántico Sur y la competencia directa con China

Durante gran parte del siglo XX y comienzos del XXI, Estados Unidos consideró al Atlántico Sur un teatro secundario, de bajo riesgo estratégico y escaso valor militar. Sin embargo, este diagnóstico cambió drásticamente en los últimos diez años. La combinación de dos factores (la expansión china y la creciente relevancia de rutas bioceánicas y polares) modificó la percepción de Washington sobre el Cono Sur y el Atlántico Sur. Hoy, Estados Unidos ve esta región como un espacio clave para la seguridad global, un corredor marítimo crítico para cables submarinos, un escenario de competencia con China, una línea de vigilancia hacia la Antártida, y un área de oportunidad para reforzar alianzas hemisféricas. Este reposicionamiento se refleja en documentos oficiales, declaraciones del SOUTHCOM, informes del Congreso y análisis del Departamento de Defensa.

El Departamento de Defensa de Estados Unidos, en su Arctic Strategy Report (2022), señala explícitamente que la competencia con China y Rusia se extiende hacia el hemisferio sur, que debe ser entendido como parte del mismo sistema que une el Atlántico Norte, el Atlántico Sur, el Pasaje de Drake y la Antártida. Aunque el informe se enfoca en el Ártico, enfatiza que las rutas polares y subpolares del hemisferio sur serán igual de estratégicas en 2050, afectando directamente el trazado de cables, el transporte de energía, la actividades científicas y el posicionamiento militar en espacios remotos. La visión estadounidense integra polos, océanos y conexiones digitales como parte de una misma arquitectura de seguridad.

En los últimos cinco años, el U.S.-China Economic and Security Review Commission y el SOUTHCOM han emitido alertas continuas sobre la Estación Espacial China en Neuquén, los proyectos portuarios con potencial dual en Argentina y Uruguay, la flota pesquera china en el Atlántico Sur, el rol de China en la infraestructura digital y de comunicaciones y el creciente involucramiento de China en foros polares. El SOUTHCOM afirma que China busca “establecer puentes logísticos” en América del Sur como parte de su proyección global. En otras palabras: Estados Unidos considera al Atlántico Sur un espacio donde debe evitar que China logre puntos de apoyo estratégicos.

Desde 2020, delegaciones militares y diplomáticas estadounidenses han realizado visitas frecuentes a Tierra del Fuego, con especial interés en cooperación antártica, infraestructura portuaria, posibles nodos logísticos para el programa polar estadounidense, apoyo meteorológico y científico, y capacidades de búsqueda y rescate (SAR). Un informe del Congressional Research Service (CRS) menciona la importancia de “deep-south logistics hubs” para apoyar misiones al continente blanco y contrarrestar la influencia china en la región. Este interés no implica una intención militar directa, pero sí un reposicionamiento logístico, científico y diplomático que influye en la ecuación estratégica argentina.

Estados Unidos opera las bases más avanzadas de la Antártida como la McMurdo Station (la mayor base del continente), la Amundsen–Scott (Polo Sur) y la Palmer Station. Estas bases poseen laboratorios de radar atmosférico, climatología avanzada, sensores de radiación, comunicaciones satelitales en banda X, infraestructura astronómica de uso dual y una conexión directa con redes del National Science Foundation (NSF) y el Pentágono. El objetivo estratégico es mantener supremacía científica, logística y, por extensión, de inteligencia ambiental y espacial.

Argentina, sin capacidades comparables, debe anticipar la creciente influencia estadounidense en logística antártica, acuerdos internacionales, posicionamiento satelital y monitoreo del entorno polar. Estados Unidos considera los cables submarinos como infraestructura crítica nacional.
Más del 95% del tráfico mundial de Internet fluye por cables, muchos de los cuales pasan cerca del Atlántico Sur. En consonancia, el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) identifica los cables como “objetivo estratégico de actores estatales.

China, en paralelo, ha incrementado su participación en consorcios de cables globales, incluida la red hacia África y el Atlántico Sur (Proyecto PEACE). Estados Unidos teme que China participe de futuros cables cercanos a Antártida, incremente su capacidad de interceptación y obtenga información estratégica de la región. Esto explica su interés en alianzas tecnológicas con Argentina.

En este marco, Estados Unidos propone a Argentina cooperación científica, apoyo logístico, acceso a datos de observación meteorológica, entrenamiento SAR, interoperabilidad en misiones antárticas e intercambio limitado de información satelital.

Pero Argentina debe evitar dos riesgos: el primero es convertirse en plataforma de competencia entre China y EE.UU.; ambas potencias ven la Patagonia y el Atlántico Sur como posiciones estratégicas. El segundo es perder autonomía doctrinaria. La inteligencia argentina debe mantener una posición soberana, aunque coopere tácticamente con EE.UU. La clave está en adoptar una estrategia de cooperación selectiva, que combine beneficios científicos y logísticos, no comprometa soberanía, preserve autonomía frente a China, evite dependencia tecnológica y refuerce capacidades nacionales (CONAE, Armada, Prefectura).

Estados Unidos ha vuelto al Atlántico Sur. No como potencia colonial, sino como actor global preocupado por la presencia china, por la seguridad de cables submarinos y por la logística hacia la Antártida. Argentina debe aprovechar esta ventana sin caer en alineamientos automáticos. Debe cooperar sin subordinarse, coordinar sin renunciar a autonomía, y convertir la competencia global en oportunidades para fortalecer su posición marítima y polar.

Argentina. Capacidades reales, debilidades estructurales y oportunidad estratégica en la Frontera Azul

Argentina es, geográfica y potencialmente, el actor natural más relevante del Atlántico Sur. Tiene la costa más extensa del hemisferio sur después de Australia, la proximidad más directa a la Antártida, bases científicas históricas, un sistema satelital propio, desarrollos tecnológicos de radar de clase mundial (INVAP) y la ciudad austral más cercana al continente blanco (Ushuaia). Sin embargo, estas fortalezas conviven con serias debilidades estructurales, resultado de décadas de desinversión, cambios doctrinarios, presupuestos irregulares y una visión estratégica fragmentada.

Hoy, la pregunta central es esta: ¿Puede Argentina recuperar un rol protagónico en el Atlántico Sur o quedará subordinada a la competencia entre potencias extrarregionales?

Responderla requiere evaluar con precisión qué tiene, qué no tiene y qué podría tener.

Argentina posee un sistema satelital que ningún país de Sudamérica —ni incluso potencias extrarregionales presentes en el Atlántico Sur— tiene: la dupla SAOCOM 1A/1B de radar en banda L. Estos satélites permiten cartografiar el Atlántico Sur en todo clima, detectar embarcaciones en áreas remotas, monitorear glaciares y hielo antártico, analizar humedad de suelos y prever fenómenos meteorológicos y complementar sistemas SAR con uso estratégico.

Esto coloca a Argentina en posición favorable para desarrollar inteligencia marítima, vigilancia de flota ilegal, seguimiento de rutas polares y apoyo científico a programas antárticos. Pocos países del mundo tienen esta capacidad. El INVAP produce una gama de radares que pueden transformar el control del Atlántico Sur como el RPA (Apertura Sintética), Radares de Vigilancia Marítima (RV), Radares Meteorológicos (RMA) o sensores costeros avanzados. Con un despliegue adecuado (Isla de los Estados, Cabo Domingo, Península Mitre), Argentina podría monitorear la flota pesquera internacional, las rutas hacia el Drake, el tráfico ilegal y la actividad cercana a Malvinas. Ninguna otra empresa sudamericana tiene este nivel tecnológico.

Ushuaia es la ciudad más cercana a la Península Antártica. Sus ventajas se vinculan a la distancia reducida a bases argentinas, chilenas y británicas, un puerto en aguas profundas, un aeropuerto con capacidad para vuelos polares y un posición clave para abastecimiento antártico. Ushuaia podría convertirse en un hub internacional, pero requiere inversión y visión estratégica. Argentina opera desde 1904 en el continente blanco. Es uno de los países con mayor continuidad histórica. Bases como Marambio (la más importante desde el punto de vista logístico), Esperanza (única con población civil permanente) y Orcadas (la más antigua del mundo en funcionamiento), le dan legitimidad a su reclamo y presencia científica.

A pesar de sus ventajas, Argentina posee debilidades profundas en términos de:

  1. Proyección naval: la Armada carece de patrulleros oceánicos suficientes (aunque los OPV clase Gowind ayudan), submarinos operativos (tras el ARA San Juan), un rompehielos adicional al Irízar, buques de investigación científica modernos y mantenimiento regular de la flota existente.
  2. Baja capacidad ISR (Intelligence, Surveillance, Reconnaissance): Argentina depende demasiado de patrullas aéreas limitadas, aeronaves de largo alcance insuficientes, falta de drones marítimos (UAV/USV) e integración incompleta entre Prefectura, Armada y CONAE. Una Frontera Azul no puede monitorearse con herramientas del siglo XX.
  3. Infraestructura portuaria insuficiente: el país carece de un puerto polar de estándar internacional, capacidad para recibir rompehielos extranjeros, astilleros con certificación polar (aunque Tandanor avanza) y centros logísticos dedicados a ciencia y defensa. Chile nos aventaja ampliamente con Punta Arenas y Puerto Williams.
  4. Falta de doctrina marítima: Argentina no posee un documento estratégico equivalente a laI ntegrated Review británica, la Maritime Security Strategy australiana o la National Security Strategy estadounidense. El Libro Blanco argentino (2010) quedó desactualizado. Sin doctrina no hay política; sin política no hay inversión inteligente. A pesar de sus limitaciones, Argentina sigue teniendo un activo irreemplazable: la geografía. El país controla la entrada oriental al Pasaje de Drake, una parte central del corredor bioceánico, la ruta natural hacia la Antártida, la costa atlántica más extensa del hemisferio sur y lla proximidad logística ideal a la Península Antártica.

En un mundo que se reconfigura hacia una competencia por espacios remotos, las rutas polares emergentes, la infraestructura crítica submarina y la vigilancia oceánica avanzada, la geografía argentina es más valiosa que nunca, pero la geografía sin inteligencia es solo un mapa. Con inteligencia (integrada, tecnológica, doctrinaria) se convierte en poder.

En virtud de este panorama, Argentina tiene tres caminos posibles:

  1. Continuidad inercial: mantener capacidades mínimas y perder relevancia ante China, Reino Unido y EE.UU. Para el año 2050, la Argentina debe ser el actor periférico en su propio mar.
  2. Cooperación reactiva: alinear su estrategia según necesidades de EE.UU. o de potencias externas. ¿El resultado? Gana capacidades, pierde autonomía.
  3. Construcción de una estrategia autónoma: basada en capacidades satelitales, radares propios, infraestructura portuaria inteligente, modernización naval, doctrina de vigilancia oceánica, alianza científica + tecnológica con socios selectivos. El resultado es una Argentina que se posiciona como pivote de la Frontera Azul.

Argentina posee más poder potencial del que reconoce. Y más vulnerabilidad de la que admite. Está en un punto de inflexión donde debe decidir si será protagonista del Atlántico Sur o si permitirá que otros diseñen el futuro de su propio mar.

Los cables submarinos y la guerra invisible en el Atlántico Sur

Si las bases militares, los satélites y los submarinos son visibles en el tablero estratégico del Atlántico Sur, los cables submarinos de fibra óptica representan la parte sumergida del iceberg: silenciosos, indispensables y extremadamente vulnerables. El 95% del tráfico global de internet (incluidos datos financieros, diplomáticos, comerciales y militares) viaja a través de cables instalados en el fondo del océano. El Atlántico Sur, pese a ser menos densamente conectado que el hemisferio norte, cumple un rol crucial en la estructura digital del hemisferio occidental.

China, Estados Unidos y Reino Unido lo saben. La competencia por los cables es, en el siglo XXI, la forma más pura de guerra invisible. Según la OCDE y la Unión Internacional de Telecomunicaciones, los cables submarinos se han convertido en infraestructura crítica nacional y transnacional, blanco prioritario de ciberataques, objetivo de espionaje de señales (SIGINT), punto vulnerable ante sabotaje físico y herramienta para influir en la arquitectura digital global.

Países que controlan cables (o los puntos donde llegan a tierra) controlan los flujos de información, la vigilancia de comunicaciones, la estabilidad económica y la capacidad de resiliencia ante conflictos. A diferencia de bases o satélites, los cables submarinos no están militarmente custodiados, son fáciles de cortar o alterar, son difíciles de monitorear en tiempo real, requieren enormes recursos navales para su protección y se ubican en rutas previsibles. El European Union Maritime Security Report (2022) señala que “el mayor riesgo para la seguridad digital europea proviene de la amenaza contra cables submarinos”.

Aunque históricamente marginal, el Atlántico Sur ha adquirido relevancia por tres nuevas rutas estratégicas:

  1. Cables entre Brasil y África (SACS y WACS): permiten conectar Sudamérica con Europa sin pasar por Estados Unidos.
  2. Proyectos que conectan Argentina–Brasil–Europa: Brasil hoy lidera la arquitectura digital del Cono Sur.
  3. Cables potenciales hacia Antártida: científicos del SCAR y NSF han propuesto, desde 2020, tendidos hacia las bases antárticas para transmitir la observación climática, los datos meteorológicos y las comunicaciones científicas avanzadas.

El primer país que controle estos cables tendrá una ventaja científica y estratégica decisiva.

Pocos argentinos lo saben: las Islas Malvinas cuentan con infraestructura de cable submarino que conecta a la isla con Ciudad del Cabo, el Reino Unido y los satélites militares Skynet. La empresa Sure South Atlantic opera los nodos de telecomunicaciones, con supervisión legal del gobierno británico y potencial acceso del GCHQ. Esto permite a Reino Unido poder controlar el tráfico digital regional, monitorear comunicaciones civiles y marítimas, integrar inteligencia electrónica con Monte Agradable y operar como “switch” digital del Atlántico Sur.

En una zona sin cables propios argentinos, esta es una ventaja estratégica británica absoluta.

China participa activamente en el cable PEACE (Pakistán–África–Europa), los proyectos de cable Brasil–África y de los consorcios privados vinculados a Huawei Marine. Aunque China no controla aún cables en Argentina, sí busca expandirse mediante los acuerdos con empresas de telecomunicaciones regionales, el financiamiento de hubs digitales y la participación en consorcios atlánticos.

Un informe de la EU Submarine Cable Security Initiative señala que China apunta a posicionarse en corredores digitales “donde Occidente tiene menor presencia”, entre ellos el Atlántico Sur, el África Occidental y el hemisferio sur polar. El Departamento de Seguridad Nacional (DHS) y la Armada estadounidense consideran que los sabotajes, el espionaje, las intercepciones y las manipulaciones en aguas profundas constituyen amenazas crecientes.

Estados Unidos ha reactivado capacidades de vigilancia submarina con drones subacuáticos (UUV), submarinos de clase Seawolf, sensores acústicos y patrullas en rutas críticas. Washington monitorea especialmente los cables que pasan por Brasil, la infraestructura cercana a África y cualquier intento chino de establecer nodos en el Cono Sur. Hoy, Argentina depende de cables que pasan por Brasil, que conectan con Uruguay, que ingresan desde Las Toninas y que no se proyectan hacia el Atlántico Sur profundo.

El país no posee cables hacia Antártida, cables hacia África, cable soberano hacia Tierra del Fuego, un centro de monitoreo de cables submarinos o la capacidad ISR específica para cables. Y sin embargo, la geografía argentina ofrece la mejor plataforma para cables hacia Antártida, unas posiciones ideales para monitoreo, la proximidad a rutas emergentes, el control del acceso al Drake y la ubicación privilegiada para nodos redundantes. Argentina podría liderar el corredor digital austral… si decidiera hacerlo.

La Frontera Azul hacia 2050: poder, soberanía e inteligencia en el Atlántico Sur

El Atlántico Sur ha dejado de ser una periferia estratégica. Lo que durante décadas se interpretó como un océano distante, de escasa densidad militar y bajo interés internacional, hoy es uno de los espacios decisivos del siglo XXI. La Frontera Azul (ese corredor que conecta Sudamérica, África, la Antártida y las rutas polares emergentes) se ha convertido en un tablero donde confluyen militarización gradual, infraestructura crítica digital, presencia científica con potencial dual, competencia naval y logística, pesca como vector estratégico, vigilancia satelital y electrónica, nodos portuarios y cableado submarino y una disputa creciente entre potencias globales.

El país se encuentra en un punto de inflexión histórico: o construye una estrategia integral para la Frontera Azul, o verá cómo otros definen el futuro del mar que debería liderar. La Frontera Azul no es una abstracción teórica. Es la estructura real del poder marítimo en el sur del mundo. Las potencias ya juegan en este tablero. Argentina, por geografía, historia y ciencia, tiene todo para ser protagonista. Pero el poder, como escribió Tucídides hace casi 2.500 años, pertenece siempre a quienes dominan el mar o, en nuestra época, a quienes dominan la información, la logística y la infraestructura que permiten controlarlo.

Si Argentina quiere sostener su soberanía en 2050, necesita una estrategia tan profunda como el océano que la rodea. La Frontera Azul no espera. Se conquista, se protege y se piensa ahora.

Por Max L. Van Hauvart Duart.

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