La carrera por el dominio tecnológico es un componente central de la seguridad nacional en el siglo XXI. Las naciones compiten no solo por la innovación, sino también por asegurar sus cadenas de suministro y proteger sus industrias estratégicas. La postura de Estados Unidos refleja una creciente preocupación por el uso de tecnologías avanzadas por parte de actores que podrían utilizarlas en su contra.
Un claro ejemplo de esto es la fuerte presencia china en la guerra entre Rusia y Ucrania, a través de la fabricación de componentes y sistemas para drones, lo que en última instancia le permite al país tener una influencia significativa en el resultado de la guerra.
Se puede ver como China lidera la fabricación de los motores para drones compuestos de imanes de neodimio permanente sinterizado (NdFeB), la fabricación de baterías de LiPo (polímero de litio), la cadena de suministro de placas de circuito impreso (PCB), donde la mayoría de los componentes electrónicos de los drones están integrados. China domina la fabricación de cada uno de estos componentes.
Aunque Estados Unidos se mantuvo complaciente durante los años posteriores a la Guerra Fría, el ascenso de China ha obligado a una reevaluación de su estrategia tecnológica. A diferencia de la URSS durante la guerra, China está profundamente integrada en la economía global, lo que implica los esfuerzos de Estados Unidos por limitar su acceso a tecnologías avanzadas.
El enfoque en la seguridad económica ha tomado un protagonismo sin precedentes en la política exterior estadounidense. Han adoptado una postura más agresiva en la protección de sus intereses tecnológicos, implementando controles estrictos sobre las exportaciones de semiconductores y tecnología avanzada a China. Esta medida, que cuenta con el apoyo de aliados como Japón y Países Bajos, busca frenar el ascenso tecnológico de China, limitando su acceso a componentes clave que podrían fortalecer su industria militar y su capacidad de innovación.
Sin embargo, el accionar norteamericano podría tener amplias repercusiones en el comercio global y las relaciones internacionales. Se podría ver una fragmentación del mercado global y un aumento en las tensiones geopolíticas. La clave para el futuro estará en equilibrar la necesidad de seguridad con la cooperación internacional, para evitar un escenario de aislamiento económico y competencia desenfrenada.
La tecnología se ha convertido en el campo de batalla central de la competencia global. En este nuevo escenario, las decisiones que tomen las grandes potencias no solo definirán su futuro económico, sino también el equilibrio de poder en el siglo XXI. Estados Unidos, China y sus respectivos aliados están inmersos en una lucha por la supremacía tecnológica, una contienda en la que la innovación y la seguridad económica serán las armas decisivas.