Mariano Bartolomé adapta una frase popular en su discurso habitual y expresa «guerras eran las de antes” a lo que se agrega otra frase de Juan Belikow “las guerras están prohibidas». El sintagma, aunque contradictorio (la evidencia empírica pareciera refutarlo) es respaldada por la vertiente jurídica. Desde el 24 de octubre de 1945 en que entra en vigor la Carta de las Naciones Unidas, en su Capítulo I, Artículo I establece “suprimir actos de agresión”, un Estado agresor abandona su estatus legal (si bien pareciera que solo abandona su bandera -Federación de Rusia por caso- en los torneos de tenis y olimpiadas). Sin duda la manifestación del conflicto ha mudado de aspecto y asumido apariencias insólitas y sorprendentes que han superado toda expectativa aun para especialistas y académicos. Lo que ha sucedido con la criminalidad doméstica, cada vez más violenta y sofisticada, que ha extendido sus redes al punto de internacionalizarse, se complementa con las controversias internacionales que se han mudado al tejido social de las naciones. El conflicto internacional se ha “internalizado”. Expresiones como guerra civil intermitente, zona gris, generaciones 4ta, 5ta, (hasta 7ma? y más) y dominios de la guerra, guerra no convencional, irregular, civil molecular, irrestricta, total, de la tercera especie, amenazas híbridas, salvajismo, OOTW, cognitiva, etc. dominan el espectro habitual de definiciones.
Focalizadas más en el debilitamiento y la desestabilización de los regímenes gubernamentales a los que intentan agredir, eluden la acción directa acudiendo a procedimientos subrepticios, sutiles, “suaves”, de bajo umbral, psicológicos. Apelan a la fragilización y a la explotación sistemática de contradicciones reales o percibidas para inocular el relativismo moral que las caracteriza a partir de preceptos filosóficos montados en epistemologías de dudosa rigurosidad. Fue en universidades donde se incubaron muchos de estos preceptos.
La intangibilidad del poder
Un ejemplo de estos cambios está en la “desmaterialización de los valores”, y por valores tangibles entiéndase aquello por lo que estamos dispuestos a intercambiar los propios, ofrecer activos monetarios por bienes o servicios. Hemos encumbrado a Henry Ford como el hombre más rico del mundo para 1920. Sus contemporáneos estaban dispuestos a entregar dinero por su famoso “Ford T” (negro) un mecanismo de hierro, vidrio, caucho y madera de poco más de media tonelada. Los contemporáneos del 2000 “encumbramos” a Bill Gates como el por entonces poseedor de la mayor fortuna. ¿Qué ofrecía?: “una sucesión de ceros y unos…” un programa en un soporte digital que hoy descargamos de Internet. En ello se basa la fundamentación que el poderío de las naciones no se debe tanto a sus riquezas naturales, minerales, población o superficie o a su economía o su industria sino a su conocimiento. “El conocimiento es poder», tal cual lo afirma Simon Kuznets al definir los tipos de países : Desarrollados, en vías de desarrollo, ”Japón y Argentina”.
Ahora bien, pero esa interpretación filosófica universal que desembarcó en occidente y que pretende resolver los contenciosos internacionales o de facción no parece compadecerse con los cambios que constituyen la “sublimación de los valores”, del poderío, los valores se han desmaterializado.
En Oriente la clasificación no es igual, no se habla de generaciones de guerra, sino de guerras lineales y no lineales, donde el esfuerzo principal es la sublevación de la población con la influencia de los medios de comunicación, las fuerzas especiales y las operaciones cibernéticas, en tanto las fuerzas convencionales se reservan para finalizar el conflicto.
– Miguel Makotczenko
La rusia post soviética es heredera de esas prácticas disolventes, revulsivas, cáusticas, de varios modos apartadas de las convenciones (no convencionales) es decir ajenas a toda regulación, ajenas a todo protocolo y respaldadas, inclusive en los preceptos de su general Valery Gerasimov y su Doctrina de guerra desregulada, como la irrestricta de Qiao Liang y Wang Xiangsui (“Guerra sin restricciones” ), su “ópera prima” es la que se desarrolla en esta etapa, 2014 (Euromaidan) al presente.
Ucrania fue carcomida desde sus entrañas por “las quintacolumnas” prorrusas que debilitaron y con ello facilitaron la ocupación inicialmente “inocente” de uniformados sin bandera (milicias prorrusas) que “protegían” a los ciudadanos del totalitarismo de Volodímir Zelenski, el judío tildado de nazi. Reconocidas y escindidas según la postura de Putin de reconocer a la “Pequeña Rusia” ( Malorosía) como los oblasts de Lugansk y Donetz. Así lo fue Cuba, Angola o Nicaragua.
Resultaban inaplicables los postulados teóricos de Truman o Immanuel Kant que fundamentan el edificio de la “Paz democrática” o “La teoría de la complejidad y la paz democrática” expresada por Walter C. Clemens, Jr. Dicha teoría liberal de la paz postula que las democracias establecidas rara vez, si es que alguna vez, se declaran la guerra entre sí (Doyle, 1997; Elman, 1997; Brown, 1996). Este aspecto confirma la regla: la Federación de Rusia, la de Putin, no es una democracia.
No tanto el aniquilamiento y la destrucción sino el debilitamiento
Las sucesivas fases y evolución del modo de llevar a cabo las dominaciones se han visto encuadradas en preceptos que delinearon la etapa de una “Guerra Fría” (¿paz caliente?) entre dos concepciones filosóficas polarizadas, que aún no finalizó. Desde el concepto de coexistencia pacífica a atrición (Attrition= desgaste) se descubre un espectro de opciones que, sucesiva o simultáneamente caracterizaron el modo de “resolver” los conflictos internacionales. Una reciente entrevista realizada al economista Agustín Etchebarne permite reconocer un cambio en el discurso mundial en el intento de recuperar los valores occidentales heredados de la cultura grecorromana sumada a la judeocristiana. Cambios en la percepción de “lo considerado correcto” (lo «políticamente correcto») distorsionaron el prisma por el que se observaba y juzgaba a la realidad. Los postulados postmodernistas y el constructivismo ayudaron a aniquilar el sentido común.
Por otro lado Carlos Manfroni afirmaba en un diario de enorme tirada de la capital argentina que “La cultura woke es un catálogo al que se adhiere o no; no importa si sus postulados son contradictorios, porque el Occidente actual ha desterrado la lógica y prescinde del principio de no contradicción.”
El cambio cultural
La imposición de estos parámetros disruptivos constituye uno de los tributarios de ese debilitamiento cultural que nos aleja de nuestras raíces y nos expone a una inconsistente fragilización de nuestro ADN e induce a olvidar nuestras esencias, nuestros valores fundacionales.
Alejarnos de ese ADN prescripto en nuestro preámbulo constitucional y en el del Acta de Tucumán de 1816, como verdadero “manual de empleo” de la República nos desgaja de nuestra corriente fundadora y nos empequeñece adecuándonos a convicciones y finalidades advenedizas. La sustitución de estos estatutos con el renuncio a esos valores fundadores hace flaquear nuestra fortaleza y nos expone a aceptar criterios ajenos a nuestra razón de ser. El reemplazo de nuestra cultura musical, por caso, por la de la cumbia villera, la apología del “pibe chorro”, las deformaciones asociativas vecinales o profesionales por las de colectivos culturales artificiosos, la transversalidad en la perspectiva de género que en esencia impulsa la opción de la autopercepción antinatural fue secundada por los medios de comunicación de modo deliberado o inocente.
La tergiversación en el enaltecimiento del pobrismo siendo confundido con la noble virtud de los votos de pobreza del catolicismo ocupó el lugar de la exacerbación de las diferencias que el marxismo alentó desde sus orígenes en la lucha de patrones y obreros, explotadores y explotados, dueños y empleados. El caso de la producción visual “Esta es mi villa” en el medio TN conducido por Julio Bazán lejos de alentar un despertar superador parecía destacar las odiosas diferencias que, para muchos solo la violencia permitiría recomponer.
En el artículo ya mencionado de Carlos Manfroni que refiería a “La agonía de la cultura woke y la recuperación de la conciencia” advertía las iniciales buenas intenciones de esa cultura pero que, ya fuera de madre, oprimió a través de los medios y foros internacionales con el temor al ridículo, a ser distintos provocando con ello la cancelación del yo, lo cual era comparable (explicaba) con la “zombificación” del rito haitiano (no demasiado ajeno al conocimiento de los que hemos intentado dar una mano a nuestros hermanos caribeños en su Estado fallido) compartiendo sus vivencias. Recordaba que «las siete décadas de la Unión Soviética y sus satélites dieron ocasión a miles de víctimas heroicas torturadas y asesinadas por obedecer a su conciencia, entre los millones de muertos que provocó el comunismo. Esto fue ayer nomás y, en países como Venezuela o Nicaragua, sigue ocurriendo.” El rey realmente está desnudo.
Hace poco más de dos años, dos jueces fueron sancionados por atreverse a mencionar el aborto en términos negativos en una sentencia y por negarse a fundar su fallo en la “perspectiva de género”, a pesar de que impusieron 35 años de prisión al violador al que condenaron.
La Argentina, por otro lado, tiene sus propios códigos de cancelación. A cualquiera que mencionara en un medio público a una víctima de la guerrilla de los 70, entre las más de mil que resultaron asesinadas, hasta hace poco se lo interrumpía y se le preguntaba inmediatamente: “¿Y qué opina usted de la dictadura?”, como si la compasión por una persona lo hiciera a uno cómplice de la muerte de otra. Así fue como ellas quedaron olvidadas, hasta hace poco, por todos los estamentos de la sociedad.
Necesidad del conflicto permanente
En mi viaje en 1975 a la capital italiana tres cosas me impactaron sobremanera: las montañas (literalmente) de basura generada por la huelga de recolectores romanos, los grafitis con la leyenda “Lotta Continua” , de las agrupaciones de izquierda en pleno auge del eurocomunismo y la “marea roja” de miles de banderas de la URSS que eran portadas a la vera del Tíber (con la Basílica de San Pedro de fondo).

Tiempos de los herederos de Gramsci que, en poco tiempo más adoptarían medidas más extremas como el asesinato del premier Aldo Moro, apena 3 años más tarde en el cruce de la Vía Mario Fani y Stressa, a manos de las Brigadas Rojas, vaya color.

Sumergidos en prejuicios y estereotipos vulgares (por diferenciación de los que se fundan en elaboraciones rigurosas, científicas, fundamentadas) el común de los mortales cree que los conflictos son solamente las expresiones bélicas de VIOLENCIA EXPLÍCITA con explosiones, bombas, tanques, cañonazos (ahora drones) y soldados en trincheras como protagonistas irremplazables en la contienda.
Por caso, la guerra-no-declarada en Ucrania no se inició el 24 de febrero de 2022 sino aun antes de 2014 en escritorios europeos y en un minué de sobreactuaciones para la “protección” de la población de los oblasts orientales “amenazados”. El diablo nunca aparecerá vestido de rojo y con tridente. (No eran invasores… “eran protectores”).
Con sutileza y mañas, argucias y graves renuncias a las convenciones de la guerra, los conflictos se van abriendo paso aun sin expresiones de violencia explícita. La táctica recurre a la “fricción” como medio para la disputa en términos clausewitzianos. Pero ya el filósofo de la guerra sentenciaba que la victoria debe ser lograda sin acciones decisivas; en efecto Sun Tzu admite que «El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.»
Por el contrario, Clausewitz encorsetado por la lucha “física” de la que fue testigo (corresponsal) y protagonista no puede despojarse del concepto que la define: “La guerra es, pues, un acto de fuerza para obligar al contrario al cumplimiento de nuestra voluntad.” Y concluye “El poder se arma con los inventos de las ciencias y las artes para encontrar el poder”. Es harto evidente que transitamos desde fines del siglo XIX una constante sublimación de los activos. Desde el advenimiento del arma nuclear “el contacto físico” de los beligerantes no es condición necesaria para la solución del contencioso. El empequeñecimiento del planeta por las sucesivas revoluciones tecnológicas, el alcance de las armas y su letalidad, la inmediatez y proximidad por las comunicaciones, imágenes, datos, transacciones, han cambiado la expresión del conflicto, ya ni guerras se llaman. La descripción del mundo actual para un habitante del siglo XIX sería imposible. Lo dicho: “Las Guerras están prohibidas”. Pero los combatientes también cambiaron: hoy los muyahidines del yihadismo y el fanatismo religioso cambian el paradigma del “morir o matar”, hoy la inmolación del “martir” que se detona (Ibrahim H. Berro, por caso) como lo fue la píldora de cianuro de la Arrostito incorporan dimensiones desafiantes al soldado profesional.
Esta necesidad de mantener latente el conflicto, conflicto que debilita y divide ha llevado a que el imperativo de “la lucha continua” haya conducido a sus ejecutores vernáculos a un grado de desesperanza que inconscientemente generaron el episodio más icónico y exacerbado que define tal metáfora. Sucedió el propio día en que millones de argentinos se volcaron a las calles para recibir al seleccionado nacional masculino de futbol tras consagrarse campeón. La decisión de la delegación de no acercarse a la Casa Rosada para un saludo al presidente de entonces fue tomada como una “traición”, una apostasía por el periodista Nicolás Fiorentino, de la TV Pública que dijo el lunes que los jugadores de la Selección argentina eran unos “DESCLASADOS”, en plena cobertura de los festejos por la consagración en el mundial de Qatar 2022 , durante un programa que (casualmente) se llamaba “Desiguales”. En una nota ulterior en La Nación el periodista se retractó admitiendo su error. Lo cual ennoblece su actitud, pero remarca la convicción en la disputa. Los lineamientos del Foro de Sao Paulo, Congreso de Manta, Puebla, el debilitamiento del músculo nacional constituido por sus instituciones que proveen seguridad señalando la inadmisibilidad de una seguridad integral y no “dividida” por un “Principio de demarcación” (CELS) contra amenazas (palabra prohibida durante gobiernos de sesgo socialista) provenientes de esferas internas o externas pero siempre letales.
En síntesis, la paulatina licuación del fenómeno proletariado/militante-burguesía, el fracaso de la obrerización del militante (combativo) cooptado por la prebenda estatal, el adoctrinamiento en el CBC, la militarización del ciudadano (Garré) dado que la inseguridad era solo una “sensación”, el agotamiento de la figura del burqués solo descripto en los libelos de la socialista francesa Flora Tristán (en «La Unión Obrera» de 1843) y popularizado por Marx y Engels en 1948 condujo a entronar otra “divisoria” ya no de clases entre la ciudadanía sino de género. Las versiones más recalcitrantes de las proclamas “Proletarios del mundo uníos” encontraban ahora la justificación de una divisoria estadísticamente equilibrada, accesible y explotable: mujeres y hombres, abusadas y abusadores, golpeadas y golpeadores, débiles y fuertes; más justificativos sobrevendrían por añadidura: la figura del femicidio, los cupos en legislaturas y empleos que atenuarían las desigualdades, sometimientos, agravios, ultrajes se añadirían casi naturalmente. Exacerbando, como siempre, insatisfacciones reales o ficticias, situaciones realmente injustas o provocadas, pero siempre sobreexpuestas generando las condiciones propiciatorias para enardecer los espíritus nobles en procura de reivindicaciones entendibles o justificables pero siempre apelando a modos de violencia institucional, y siempre desde el todopoderoso Estado totalitario orwelliano. La violencia está en la base de todas las tragedias.