«Ni tan tan… ni muy muy»
Tan vulgar término remeda el fundamento de la ética aristotélica. Vigente aun después de 24 siglos.
La virtud del recto obrar no es más (ni menos) que desenvolverse entre dos posturas, una, tomada como exceso y la otra por defecto. Encontrar ese “equilibrio” no solo es un arte, es una ciencia. En consecuencia la virtud o la ciencia humana consiste en optar por ese angosto sendero del “Justo Medio” en que se funda la moral, la economía y la política. Todas expresiones de la ciencia de los actos del hombre en cuanto hombre (individuo) o miembro del domos (casa/familia) o del estado. Por supuesto Nicolo Machiavelli no comparte esta postura…
Esta opción que implica una decisión puede ser reducida a un modelo teórico tan abstracto como “cobarde”. La modelización del proceso muestra mucho pero oculta lo esencial. (semejante al modelo de determinación del precio)
En efecto, una modelización no deja de ser una simplificación que tan solo ayuda a concebir la matriz de la decisión y, en consecuencia, tan solo puede ayudar a resolver un dilema… tan solo ayudar. El caso particular encontrará al decisor solo en sus cavilaciones.
En esta primera semana de septiembre los argentinos nos hemos vuelto expertos en automovilismo. Movidos por un extremo nacionalismo nos enorgullecemos de que un Franco Colapinto haya alcanzado la “Licencia de conducir en Fórmula 1”… después de 23 años y en Monza. Así fuimos (me incluyo) fanáticos del fútbol con el Maradona del Nápoli o del Lionel del Barza o el PSG (se acuerdan?). No deja de ser una exacerbación del nacionalismo reconocernos orgullosos ante el resto del mundo en ello.
Pero este espíritu competitivo, chauvinista, proclive inclusive a lo belicoso ¿cómo puede ser alentado por un medio que palientan la paz, la convivencia y la hermandad filantrópica entre las naciones?…
“Ni tan tan… ni muy muy”
Simultáneamente, al valorar este lucimiento en un coliseo mundial, una arena internacional, una contienda global en el lúdico de la competencia y en el de la saludable supremacía perseguida, se nos impone prevalecer. Está en el mandato de nuestros genes sobrevivir.
«Hemos prevalecido” fue la frase elegida por George Bush hijo en el USS Abraham Lincoln en mayo del 2003, en el Índico, cuando cesaron las operaciones de punición a Irak tras el ataque (adjudicado) del 11 de septiembre de 2001. Y si bien alentamos el entendimiento, la solución pacífica de las controversias, la salida negociada ante disensos o reclamaciones interestatales o la búsqueda de consensos ante contenciosos y discrepancias, la misma entidad preocupada por “la Paz y la Seguridad internacionales” de 1945, en su artículo 51° advierte el deber de cada estado de su “legítima defensa”.
Por eso… “Ni tan tan… ni muy muy”
No hay mejor defensa que la propia y tercerizar la salvaguarda de los valores tangibles e intangibles que han decidido conservar cada entidad soberana nos lleva al punto de considerar que, renunciar a ello, supondría abandonar la primera premisa por la que se yergue “a la faz de la tierra una nueva (y gloriosa) nación”.
En este juego de desmesuras y antagonismos, de ausencias y excesos; la convivencia con el exterior, lo extranjero, lo externo, lo extraño, no es más que una estrategia de supervivencia, un desafío inevitable, la homeostasis de lo intra con su medio. No obstante, muchos no se sobreponen y encuentran que “lo diferente” amenaza sin aceptar que lo diverso enriquece.
A 30 años de la confirmación del Preámbulo de la Constitución Nacional (Reforma de 1994) el ADN nacional permanece intacto, si bien colegimos que nos sentimos amenazados solamente cuando lo territorial, lo físico se ve disputado: la soberanía física, (la tierra, el mar) la plataforma submarina o el espacio aéreo, el denominado intangible territorial pero no así el acervo, la cultura, lo que hemos decidido ser.
No sería la primera vez que se afirma que la internacionalización del problema, del conflicto interno, hubiera sido la salida de la malograda Ruanda en 1995 donde 800.000 Tutsis fueran masacrados a machete por los Hutus. Sin ir demasiado lejos, el drama venezolano parece reclamar hoy la internacionalización del diferendo ante el monopolio de la “verdad” electoral. Paralelamente, la no injerencia en los asuntos internos, el principio de autodeterminación de los pueblos que fija el principio estructural del ordenamiento internacional del Derecho Internacional, obliga al deber de no intervención pero, a su vez, es un principio que rige en las misiones de paz con mandatos robustos, el denominado Deber de Proteger o (la Responsabilidad de Proteger (R2P) y PoC= Protection of Civilians)= protección de civiles (poc) que agrega reglas de empeñamiento que van más allá de la pura y llana legítima defensa de los implicados internacionales que contribuyen en escenarios donde todo se ha perdido y la paz parece inalcanzable.
De todo ello se desprende que, como vasos comunicantes, la interdependencia y la interacción con el medio que nos rodea resulta imprescindible para, justamente evitar hundirnos en la oscuridad de la individualidad inconexa con el mundo en que vivimos.